Desde hace unos años hay un grupo de investigadores que se han propuesto seguir el rastro de un monstruo marino que de vez en cuando sale del océano para atacar Cádiz. Se trata de los tsunamis. Un tema que hasta hace poco era tabú para la gente de la bahía, como si el silencio fuese el mejor remedio para evitar invocarlo.

    Pero vivir de cara al mar también nos obliga a explorar sus más brumosos e insondables secretos. Por eso nuestros científicos se han tomado muy en serio el objetivo de conocer cómo fueron los tsunamis que asolaron las costas de Cádiz a lo largo de los últimos milenios, y lo que es aún más difícil, vislumbrar la huella que dejaron en los corazones de nuestros ancestros.

  Todos los lugares con una historia importante tienen varias claves que nos ayudan a entenderlo todo de una manera más fácil. En el caso de Andalucía occidental serían la ubicación geográfica, engarce perfecto entre el Mediterráneo y el Atlántico, y la existencia de la Faja Pirítica Ibérica, una inmensa concentración de sulfuros masivos que se extiende a lo largo de la parte sur occidental de la península ibérica. Dichos factores han hecho que desde la prehistoria este rincón del planeta haya sido un foco de atracción para pueblos como los fenicios, griegos o romanos, que como moscas a la miel, venían atraídos por la riqueza de nuestras tierras, nuestro mar y también de nuestro subsuelo.

  Este vergel de recursos dio lugar a una serie de actividades económicas cuyos restos materiales forman parte de nuestro rico patrimonio arqueológico. Hablo del salazón, la minería, la pesca, la alfarería o la elaboración de productos culinarios como el gárum.

  Pero lo singular de la historia de Cádiz no es que hayan pasado una gran diversidad de pueblos por este cruce de caminos, sino que ha sido un enclave poblado a lo largo de los últimos 7.000 años por distintos tipos de culturas que han explotado nuestros valiosos recursos naturales y han establecido relaciones interculturales y económicas con lugares lejanos del resto del Mediterráneo.

 


"Ya que un tsunami golpeando de lleno la costa gaditana tuvo de forma obligada un saldo desolador para las estructuras productivas de la antiguëdad, tales como factorías de salazones, hornos cerámicos, muelles, naves o salinas."


  Este poblamiento tan intenso y continuado ha dado lugar a una riqueza documental inmensa que nos aguarda bajo tierra. Hablo de un registro arqueológico de una continuidad temporal realmente singular, reflejo de cómo los distintos grupos humanos que habitaron estas costas supieron adaptarse a este paisaje ribereño de la región suratlántica ibérica.

   Pero a la exuberancia de materiales arqueológicos hay que sumarle otro atributo más que posee Cádiz como ámbito geográfico de gran interés geomorfológico. Ya que el relieve de la bahía supone un ámbito fascinante a ojos de la geología, debido a su carácter cambiante y dinámico, con una línea de costa que ha experimentado importantes modificaciones relacionadas con procesos muy intensos de erosión y sedimentación.

  Y es aquí donde la geología y la arqueología se deben dar la mano de forma obligada, pues es importante tener en cuenta que el paisaje tal y como lo vemos actualmente no fue siempre así. Es decir, muchos asentamientos humanos se encuentran hoy día descontextualizados desde un punto de vista geográfico, por ello la arqueología gaditana se está tomando muy en serio incluir análisis geoarqueológico con el fin de reconstruir la paleogeografía de esos ambientes.

  Pero además debemos ser conscientes de que la costa gaditana se ha visto sometida a eventos de carácter catastrófico, como temporales o tsunamis, que debieron suponer un impacto dramático en la vida de los pueblos, e incluso en sus descendientes. Ya que un tsunami golpeando de lleno la costa gaditana tuvo de forma obligada un saldo desolador para las estructuras productivas de la antiguëdad, tales como factorías de salazones, hornos cerámicos, muelles, naves o salinas.

  De hecho los arqueólogos no descartan que enclaves tan señalados como Doña Blanca, el Castillo de Chiclana o el templo de Melkart en Sancti Petri, hayan sufrido de lleno los efectos de un tsunami, provocando la crisis o abandono de dichos emplazamientos.

  Si hay un lugar en el Mediterráneo donde la furia del mar se hizo patente, ese fue sin duda el caso de la explosión del volcán de la isla de Thera, actual Santorini. La hipótesis más defendida por los investigadores es que la explosión del Thera, ocurrida sobre el 1500-1628 a.C., generó un tsunami de 10 metros de alto que asoló la costa norte de Creta, provocando el colapso de la civilización minoica.

  Aquella explosión volcánica fue como si se hubiesen abierto las puertas del infierno dejando escapar a Hades. Los científicos dicen que días antes de la explosión hubo varios terremotos que pusieron en pre aviso a las pobres gentes del puerto de Akrotiri, la rica y deslumbrante ciudad marítima que existía en la isla. Pero aquellos escalofriantes temblores sólo fueron el preludio de un evento volcánico absolutamente dantesco.

  Desde las entrañas de la tierra el volcán vomitó nada menos que la aterradora cifra de 60 km cúbicos de piedras. Fue tal el volumen de material expulsado, que se llegó a formar una columna de ceniza que alcanzó los 30 km de altura. Es decir, la estratosfera. De hecho, esa cantidad inconmensurable de cenizas en suspensión provocó que durante varios días reinase la más absoluta oscuridad en 400 km a la redonda.

  La ceniza volcánica y la piedra pómez estuvieron flotaron varios meses en el Mediterráneo oriental, haciendo imposible la navegación y el comercio. La floreciente Akrotiri quedó sepultada bajo una manta de ceniza, dejando la isla inhabitable durante siglos.

  El pueblo de Akrotiri fue engullido para siempre por la ira del volcán. Pero aquello no fue olvidado, el impacto de tal evento apocalíptico dejó una honda huella en las gentes del Mediterráneo, y eso precisamente es lo que más le interesa a los historiadores. Es decir, ¿cómo los pueblos del Mediterráneo oriental vieron la vida después de sobrevivir a una conmoción de tal magnitud? ¿cómo afectó el desastre a la forma de organización de dichas sociedades?.

 

 

 Este es el punto de inicio de los buscadores de tsunamis. El foco está en dilucidar qué impacto material y psicológico tuvieron en los pueblos que habitaban el suroeste de Iberia.

  Pero nuestros investigadores no lo tienen nada fácil para seguir el rastro del monstruo de agua que en varias ocasiones demostradas ha asolado la costa de Cádiz. Son dos, principalmente, los problemas que suelen hallar a la hora de trabajar: de una parte el intenso uso que históricamente ha tenido las salinas, roturándose sobre ellas esteros y canales; de otra, el grado de exposición tan alto de nuestro litoral a eventos costeros de alta energía, procesos erosivos y cambios en el nivel del mar.

  Por fortuna existe un lugar con unas condiciones privilegiadas para llevar a cabo sondeos mecánicos que permiten catar la historia de nuestra bahía. Ese lugar es la flecha-barrera de Valdelagrana.

  Los sondeos se realizan introduciendo con una grúa provista de un brazo perforador un enorme cilindro que extraerá una columna de sedimentos. Estas columnas se llaman testigos, y a lo largo de su extensión presentan distintos tipos de estratos, diferenciados por su color, granulometría o presencia de microfauna marina. A nuestra vista no son más que muestras de tierra de distintos colores con alguna que otra concha antigua. Pero a ojos de los especialistas son como libros abiertos que nos hablan de milenios de historia de nuestra costa. 

  Los análisis de sedimentos no son las únicas evidencias que analizan los buscadores de tsunamis. Muestras muy útiles suelen ser también los abanicos de derrame, depósitos de materiales que se quedan distribuidos tierra adentro a lo largo de la costa evidenciando con su ubicación descontextualizada que una fuerza marina muy poderosa los hizo alcanza dicha cota. 

 Los indicadores sedimentarios nos vienen a evidenciar que al menos cinco tsunamis han impactado contra el litoral de Cádiz en los últimos 7.000 años. Pero sin duda alguna, del que estamos mucho mejor informados es del último que aconteció. Hablo del famoso tsunami producido por el terrible Terremoto de Lisoba de 1755.

  Si antes tratábamos lo sucedido en Santorini como, muy posiblemente, la mayor catástrofe natural acaecida en la antigüedad, el terremoto de Lisboa no se quedó tampoco corto, llegando a ser la catástrofe natural más traumática de la Edad Moderna.

  Y es que aquello fue una auténtica debacle debido a la altísima intensidad del seísmo, nada menos que 9 grados en la escala Richter. El maremoto arribó a la costa de Cádiz sobre una hora después de que se sintiese el temblor en nuestra bahía. El Puerto sufrió olas de 8,5 metros de altura y Tarifa de hasta 11,5 metros.

  Las olas destrozaron casas y estructuras portuarias por toda la costa. Municipios como Rota, Sanlúcar de Barrameda, Cádiz o El Puerto de Santa María se vieron muy gravemente afectados. A lo largo del litoral suroccidental se registraron más de 1.000 fallecidos. Hubo incluso un pequeño poblado que resultó totalmente destruido por la acción del tsunami. Se trata de Conilete, y sus restos pueden verse hoy en las inmediaciones de la torre de Castilnovo, en Conil de la Frontera. Este es quizás el ejemplo más paradigmático de un yacimiento arqueológico en las costas de Cádiz originado por la acción directa de un tsunami.

  

 La búsqueda de nuestros rastreadores de tsunamis no ha hecho más que empezar. Todavía queda muchísimo trabajo por delante. Los investigadores coinciden en que hay yacimientos arqueológicos cuyas cronologías relativas a los períodos de decadencia necesitan ser contrastadas con las de los tsunamis. Y por supuesto, es vital también seguir avanzando en la reconstrucción del paleoapisaje que debieron conocer fenicios  y romanos para saber contextualizar mejor los restos materiales de la actualidad.

  Nadie sabe hoy día cuándo ocurrirá el próximo tsunami en Cádiz. Puede ser dentro de veinte años, dentro de un siglo, dentro de un milenio...o quizás mañana. Eso sí, si de algo estamos seguros es que tarde o temprano volverá a acontecer.

  Pero la memoria del hombre es muy corta. Ya nadie se acuerda cuando el mar abrió sus fauces en la bahía de Cádiz. Todos olvidaron que, tarde o temprano, la naturaleza nos recuerda que ella siempre será la dueña de las reglas del juego.

  No se trata de vivir con miedo, y mucho menos de caer en sensacionalismos baratos. Se trata de saber que nunca debemos perder nuestra ancestral cultura marina. Esa visión tan sabia de la vida que tienen los hijos del mar. Porque ellos saben muy bien que el océano es el Dios que durante milenios ha proveído de bienes a los pueblos marineros. Pero también es quién tiene la última palabra, pues él todo lo da pero también todo lo quita.

  Se trata, por tanto, de explorar sus huellas. Se trata de aprender a leerlo. Se trata de conocer mejor el océano y también a nosotros mismos, viéndonos a través de nuestro reflejo en los pueblos que nos precedieron.