La provincia de Cádiz en época neolítica


  Siempre que queramos acercarnos al conocimiento de un yacimiento arqueológico prehistórico debemos conocer, en primer lugar, la estructura e historia geológica que rodea al enclave que deseamos conocer. Y eso, precisamente, es lo primero que voy a hacer. Pero antes quiero que entendáis el porqué.

 

  ¿Cuál es la razón por la que les interesa tanto a los arqueólogos hablar de geología? Pues por varios motivos fundamentales: en primer lugar, porque los tipos de suelos que encontraron nuestros antepasados en el neolítico les condicionó para poder desarrollar un tipo de actividad económica u otra, en función de la idoneidad del terreno para fines agrícolas, ganaderos o de obtención de materia primera para la talla de sus herramientas. En segundo lugar, porque si conocemos qué tipo de piedras se encuentran por nuestra zona podremos determinar de dónde pueden proceder los materiales que se han descubierto en los yacimientos y, a partir de ahí, determinar posibles redes de contactos y relaciones bilaterales. Y en tercer lugar, porque el relieve que vemos ahora no era, ni mucho menos, el que nuestros antepasados del neolítico vieron. Existen muchos lugares que hoy están cubiertos por las aguas y esconden restos materiales que suponen un vacío de información que debemos tener presente.

  La Bahía de Cádiz posee grupos materiales del Cuaternario (gravas, arenas, limos y arcillas) y materiales post-orogénicos del Mioceno-Plioceno, sobre todo biocalcarenitas. A esto debemos añadir con rellenos cuaternarios procedentes de los cauces fluviales de los ríos Guadalete, Iro y Salado.

  Hoy día, como os digo, no se asume un proceso de excavación arqueológica sin contar con el asesoramiento de especialistas en geología, pues su colaboración es vital para saber contextualizar y obtener datos acerca de los materiales que nos encontramos.

  A lo largo del presente artículo os quiero dar a conocer las claves para entender cómo vivieron las comunidades neolíticas que estaban asentadas en lo que hoy llamamos provincia de Cádiz, comprendiendo el gran cambio que experimentaron respecto a los modos de vida del Paleolítico, y valorando el papel primordial que tuvo la pesca en la supervivencia y la conformación del imaginario mental de ellos.

  Estas sociedades ya no viven en condiciones de igualdad como lo hicieron sus predecesores, las bandas de cazadores-recolectores del Paleolítico. Es ahora, con el inicio de la actividad agropecuaria, cuando surgen las sociedades clasistas en las que unos grupos privilegiados ejercen el poder sobre una mayoría. Hay un elemento esencial que motiva el surgimiento de las élites, y es el control al acceso de la propiedad. Ahora las tierras y ganado tienen dueño y la actividad económica se articula en base a la especialización.

  Este nuevo marco social encuentra su reflejo y soporte en un marco ideológico que justifica e institucionaliza la estructura económica. Las élites dirigen el trabajo y deciden qué relaciones se van a establecer para asegurar la supervivencia del colectivo y la perdurabilidad de sus privilegios. Las personas que trabajan para ellas obtendrían seguridad y asistencia material, y ellos, a su vez, proporcionarían mano de obra y bienes de gran valor.

  De esta forma se van articulando poblados neolíticos conectados a otros asentamientos de menor entidad con los que comparten actividad económica, influencia religiosa y “jurisdicción” militar.

 

  En estos poblados nucleares se han encontrado instrumentos fabricados en materias primas alóctonas al área de estudio, lo que se relaciona con un fenómeno de redistribución de bienes hacia un centro gestor.

  Los poblados y asentamientos situados en medios costeros de Cádiz se vinculan con los de las campiñas inmediatas. Es reseñable la ubicación de poblados que organizarían el territorio en plataformas amesetadas. Solían encontrarse sobre suelos de buena calidad, con terrenos favorables para la ganadería, controlando puntos de agua, en emplazamientos que facilitaban las comunicaciones y con posibilidades defensivas. Los ríos suelen estar próximos, pues ellos eran vías de comunicación entre la costa y el interior. Las dimensiones de estos poblados solían superar los 200x200 m.

  En estos poblados se producía el control de los procesos de producción y de transformación de la tierra, además de la centralización poblacional. Mientras que, en el entorno de estos poblados, se han localizado asentamientos que servirían como lugares de producción agrícola, de extracción de sílex (el “coltán” de la prehistoria), pequeñas aldeas rurales de producción y transformación o aldeas de pescadores. Las dimensiones de estos asentamientos secundarios serían de unos 50x50 m.

  Los materiales arqueológicos que han aparecido difieren a tenor del tamaño de los poblados. En los grandes hay, como cabría esperar, mucho mayor diversidad de productos cerámicos y líticos. La industria lítica tallada muestra un gran número de utillajes vinculados con la producción agrícola, como elementos de hoz, y las herramientas relacionadas a su fabricación, como denticulados, muescas, truncaduras. Además, hay presencia de utensilios pulimentados. Y entre las herramientas halladas, cabe hacer especial mención a aquellas asociadas a la explotación de la tierra y la tala de árboles para conseguir madera, hablo de las hachas en doleritas.

  Añadimos a la lista de materiales surgidos de las entrañas del registro arqueológico las siguientes herramientas:

• Instrumentos utilizados en la transformación de productos alimenticios (moletas y molinos, en cantos de arenisca o bolos de dolerita).

• Instrumentos de producción utilizados en la obtención de bienes no alimenticios, de

producción artesanal: ornamentos, cerámicas, otros instrumentos (azuelas, cinceles, cantos con perforación, alisadores). Algunos como las azuelas de sillimanita serían de procedencia alóctona.

Productos con un valor estético o de prestigio (brazaletes de arquero en micaesquisto). 

Recursos marinos

  El registro arqueológico prehistórico nos muestra que desde las sociedades cazadoras-recolectoras con tecnología Musteriense se da un claro aprovechamiento de recursos marinos. En los grupos de modo IV (Solutrense) las prácticas de pesca y marisqueo forman parte ya de su modo de producción. El aprovechamiento de estos recursos es estacional y cíclico. Un elemento a subrayar es la relevancia que adquiere la fauna marina como elemento inspirador de numerosas grafías en cuevas en la provincia de Málaga.

  Esta explotación de recursos pesqueros se intensificará en contextos mesolíticos y alcanzará un gran peso en las sociedades tribales neolíticas, donde dichos recursos representarán un complemento alimenticio esencial.

  Algo que llama mucho la atención de los especialistas es el gran tamaño que se calcula debían tener los peces de tiempos prehistóricos. Pues los restos que se han hallado (dientes, sobre todo) de especies como las doradas dan a entender que los peces no eran como los actuales, sino con un tamaño que a veces podía alcanzar el triple del actual.  El hombre neolítico pescaba todo tipo de especies, conocía y controlaba el mar a la perfección. Además, había peces que los capturaban en embarcaciones, de las cuales poco o casi nada se sabe.

 

  Podemos afirmar, pues, que en contextos neolíticos se da una más que evidente apropiación y fijación del territorio para la explotación de estos recursos como claro exponente de sus modos de vida.

Patrón de asentamiento

  El patrón de ocupación del territorio se caracterizaría por la existencia de asentamientos estables (campamentos base o pequeñas aldeas) desde los cuales se realizan expediciones a otros de forma estacional, para conseguir productos de caza, pesca, marisqueo, recolección, diversas materias abióticas... La posibilidad de estos asentamientos permanentes permitía la acumulación de aquellos recursos almacenables (principalmente vegetales), estableciendo las condiciones de la sedentarización. Además, la propia productividad natural del medio se vincularía a la explotación, al menos estacional de algunos productos no almacenables, como es el caso de la pesca y/o el marisqueo cuya explotación sería más efectiva desde un patrón de movilidad semisedentario con un control territorial por medio de campamentos temporales para la explotación de los recursos.

  La propia sociedad a partir de ahora se hace doméstica. La propiedad sobre el objeto de trabajo lleva a un nuevo modo de producción que determinará la integración doméstica de plantas y animales en el concepto de lo comunitario. La base de la domesticidad se halla en la distribución comunitaria de la propiedad de la tierra (la tierra misma y los recursos bióticos y abióticos). Las nuevas relaciones sociales basadas en el reconocimiento filial entre parientes establecen el cambio fundamental de la banda por agregación a la comunidad por filiación.

  La incorporación de la propiedad sobre el objeto de trabajo garantiza el acceso a la tierra, a otros medios de producción y a la producción misma, a los miembros de la comunidad de forma exclusiva, de ahí que las relaciones de filiación y el establecimiento de linajes, sean casi necesarios. Es decir, la apropiación de los medios de producción, y en especial del objeto de trabajo supuso la “territorialización” definitiva del grupo, con unas nuevas relaciones de producción y de reproducción basadas en el linaje que no sólo garantizaban, mediante la exogamia, la reproducción física del grupo, sino su reproducción como propietario del territorio comunal que heredarían las nuevas generaciones, además de garantizar la exclusividad del acceso a los recursos únicamente a sus miembros.

  La exogamia aportaba ventajas económicas: inversión en nuevos/as (re)productores/as, fuerza de trabajo y nuevas alianzas e intercambios.

La tierra y los recursos, junto con los miembros de la comunidad, forman parte de un patrimonio comunal. Se institucionaliza la exclusividad en la propiedad comunitaria, creándose formas de legitimación y pensamiento como reflejan el arte, el megalitismo, las decoraciones cerámicas, los objetos de adorno....

  Al mismo tiempo, la acumulación de productos influiría para una reducción de la movilidad del grupo, con lo que la inversión de fuerza de trabajo se dirigiría a aquellos recursos con un resultado más predecible y con una mayor dependencia de lo almacenado o acumulado. Así, unos recursos empiezan a sustituir progresivamente a otros. Esto no significa que algunas actividades productivas se abandonen, sino que son desplazadas, en cuanto al tiempo que se les dedica, a un segundo plano, disminuyendo su necesidad.

 

  La base física constituida por los suelos, la vegetación, el clima, la fauna, el relieve, así como todos los elementos naturales que inciden en la formación del suelo, posibilitarían y/o facilitarían a los grupos la adopción de la agricultura. De todos los factores que intervienen en la creación del suelo, la intervención humana se configura como una de las más importantes, sin olvidar, ni menospreciar, que en el proceso de su formación también participan otros agentes naturales (clima, relieve, fauna...), por lo que podemos afirmar que el suelo también forma parte de la biocenosis.

  Las comunidades pueden mediante la inversión de fuerza de trabajo propiciar unas determinadas condiciones para crear un suelo agrícola (deforestación, abono, limpieza...) para potenciar su productividad natural, produciendo de esta manera un espacio social que posteriormente será utilizado como medio de producción, que como otros puede ser utilizado o reformado para un mejor aprovechamiento de toda su potencialidad.

  A medida que el sistema agroganadero se vaya estableciendo, el componente medioambiental cede importancia al desarrollo de las fuerzas productivas, que condicionan el crecimiento del sistema agrícola. Los suelos constituyen “espacios convertidos en medios productivos” y que, por tanto, forman parte de la propiedad comunitaria sobre el medio que implicaría ejercer esa propiedad sobre los territorios de caza, pesca y recolección. Ahora se pretende rentabilizar en mayor medida la inversión de fuerza de trabajo, en especial en los espacios que se han transformado en suelos o en tierras de pastos, y que además, conforman un producto de trabajo.

  Así, se inicia un proceso de transformación de la naturaleza sin precedentes, ya que en especial, con la adopción de la agricultura cerealística afecta a su capacidad de recuperación, alterando el paisaje y creando uno nuevo ya domesticado, que deja su impronta mediante una intensificación de la erosión y la sedimentación que es patente en las tierras bajas del suroeste andaluz.

 

  Podemos afirmar que no es hasta el IV milenio, época de la que hemos documentado al menos 19 yacimientos, cuando se consolidan unas prácticas agropecuarias  sin que se abandonen las actividades tradicionales de caza, pesca y marisqueo, especialmente en las “Islas de las Gadeiras”, que a tenor de la variabilidad de recursos y de actividades económicas desarrolladas en la bahía de Cádiz, pero también en las campiñas inmediatas y litoral atlántico, conformarían modos de trabajo diversificados para esta zona.